Flotaba boca arriba con los brazos extendidos, relajado, con respiraciones largas y profundas, admirando el firmamento con todo detalle, pues esa noche la Vía Láctea brillaba con más intensidad. Cassiopea, Orión con su nebulosa, las Pleides, esas constelaciones y otras se podían ver con todos sus detalles. El inmenso Océano se encontraba inusualmente calmado, como las últimas noches, y la suave brisa que discurría en la superficie pasaba entre sus dedos húmedos aliviando el quemazón que aún sentía en las yemas de la mano derecha. Su cara, su cuerpo y su alma reflejaban una paz muy profunda, pura aceptación de esa realidad.

Inclinó de nuevo su cabeza para cotejar a lo lejos, en la zona de poniente, pero esta vez ya no supo identificar entre el millar de estrellas del horizonte cual era la luz que identificaba a su velero. Ya habían pasado dos horas desde que dejó de gritar desesperadamente, nadar y maldecir su suerte, mientras el barco continuaba alejándose hacia el oeste con una tripulación completamente dormida en su interior, ajenos a todo y centrados en sus propios sueños.

Volvió a levantar su mirada hacia lo infinito, flotando sobre unos 5.000 metros de profundidad, para admirar una Vía Láctea que esa noche realmente brillaba con mucha más intensidad.

Albert Gironés